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Apuntes: Tema X -Historia 1º Bach.-

 

 

 TEMA X.- La Europa de entreguerras (1919-1939): Fascismo y Nazismo.

                    Felipe Lorenzana de la Puente – Profesor de Historia del Mundo Contemporáneo-

 

 

 

 

 

I. LA EUROPA DE ENTREGUERRAS: LA CRISIS DE LAS DEMOCRACIAS

 

Durante el periodo 1919-1939 Europa atravesó una difícil situación política al tener que afrontar, en tan corto espacio de tiempo, dos acontecimientos muy relevantes: el final de la I Guerra Mundial y la crisis económica iniciada en 1929. Los aparatos estatales tomaron un gran protagonismo en la superación de ambas situaciones, y como consecuencia de ello, los sistemas democráticos se tambalearon en todo el continente. Para llevar a cabo con mayor libertad las medidas oportunas que sacaran a sus países de la ruina, los ejecutivos se reforzaron a costa de los legislativos. El Estado fue incrementando su autoritarismo, y más ante el peligro de una revolución comunista (como la ocurrida en Rusia), dada la difícil situación social de los años veinte u treinta y el reforzamiento del movimiento obrero, que desbordaba ya la capacidad de contención de la burguesía y de los partidos políticos tradicionales. Las democracias más antiguas y consolidadas pudieron mantenerse, aunque a trancas y barrancas, pero muchos de los países nuevos o de reciente conversión democrática fueron cayendo bajo regímenes dictatoriales. Esta tendencia se radicalizó en Italia y Alemania, donde la difícil situación social y la falta de un "espacio vital" para expansionarse favorecieron la aparición de movimientos totalitarios, cuyo papel fue clave en el estallido de la II Guerra Mundial.

 

II. FASCISMO Y NAZISMO. CARACTERES GENERALES BÁSICOS

 

  • M No tienen un programa político ni ideológico bien estructurado. No pueden compararse, en este sentido, a movimientos como el liberalismo, el nacionalismo, el marxismo o el anarquismo. Sus pensadores o teóricos nunca llegaron a establecer unos tratados políticos o filosóficos coherentes y originales. Su pensamiento se va formando con el tiempo y las circunstancias. Más que por propuestas concretas, se caracterizan por ser contrarios a algo: a la burguesía, al capitalismo, al socialismo, a la democracia, a las minorías…
  • M Son movimientos populistas, por lo que la actitud de sus dirigentes es eminentemente demagógica, pensada sólo para embaucar a las masas. Manipulan el sentimiento del pueblo. Sus actos públicos son siempre multitudinarios, pero no respetan ni a las minorías ni consienten la oposición política.
  • M Son nacionalistas radicales. Ponen al Estado y a la patria por encima de todo. Desde el punto de vista económico, este nacionalismo se manifiesta en el intervencionismo estatal y la autarquía.
  • M Su política exterior es imperialista. Aparte de manifestar su beligerancia contra los estados comunistas, tanto Italia como Alemania creían necesitar un "espacio vital" de expansión, y se manifestaban dolidos con las potencias europeas por no haber podido satisfacer sus necesidades coloniales. Tampoco compartían los términos de los tratados de paz de la I Guerra Mundial: por ellos, Alemania había perdido territorios, e Italia no había conseguido todos los que quería (irredentismo). De esta forma, fomentaron un espíritu belicista entre la población, la prepararon para una guerra inevitable, y consideraron que ésta era un método perfecto para seleccionar a los más fuertes, sean personas, razas o naciones.
  • M Su estética era también paramilitar. Los miembros del partido y las juventudes visten, se organizan y desfilan a lo militar. Con ello consiguen atraer a los sectores más ignorantes y zafios de la sociedad. Con ello, también, amedrentan a la población y adornan la violencia e incluso los actos terroristas que llevan a cabo contra la oposición.
  • M Estos movimientos necesitan de un jefe carismático (Mussolini en Italia, Hitler en Alemania), un líder con una fuerte personalidad que atraiga a las masas y se muestre ante ellas como el conductor y el salvador de la patria. La propaganda oficial (carteles, medios de comunicación), los actos multitudinarios, la cultura y la enseñanza se encargarán de endiosarlos. Es lo que se conoce como "culto a la personalidad".
  • M Conciben a la sociedad como un conjunto desigual de ciudadanos. Quieren homogeneizarla (una misma religión, una misma raza, un mismo líder, etc.) porque así podrían gobernarla mejor. Hablan de crear una sociedad nueva, y para ello favorecen una política de pureza racial, excluyendo (e incluso eliminando) a los que eran diferentes o "indignos" (judíos, gitanos, homosexuales, retrasados). Se obsesionan en organizar a la sociedad en corporaciones locales, donde se la ideologiza y controla. No obstante, a pesar de estos afanes de homogeneización, no conciben que todos los ciudadanos sean iguales. Los hombres son superiores a las mujeres, los militares a los civiles, los fascistas a los que no lo son, etc. Destaca el protagonismo de las élites, de los jefes.
  • M Son antidemócratas, por lo que no comparten el sistema parlamentario clásico ni aceptan otros partidos políticos más que el suyo propio. Prefieren la acción directa, aunque ésta pase por la violencia y el terrorismo. Para esta gentuza, el Estado debe ser autoritario y centralista, dictatorial. Nada de separación de poderes ni de tolerancia hacia la oposición y los sindicatos, que quedarán terminantemente prohibidos.
  • M Desde un punto de vista cultural, los fascismos rechazan la tradición racionalista, desconfían de los intelectuales y se centran en la exaltación de elementos irracionales, como el fanatismo, los sentimientos y la obediencia ciega.

 

III. EL FASCISMO ITALIANO

 

El panorama social y económico italiano entre 1918 y 1922 estaba caracterizado por la inestabilidad. El paro y la inflación, así como los retrasos en aplicar la reforma agraria, fortalecieron el movimiento obrero, las huelgas y las ocupaciones de fábricas y de tierras. Frente a esto, los antiguos combatientes de la Guerra Mundial no acababan de adaptarse a la nueva situación y eran captados por los empresarios y por los sectores radicalizados como fuerza de choque contra los obreros. Por otra parte, ningún partido conseguía mayoría clara en las elecciones, por lo que los gobiernos no se veían con la fuerza necesaria para enderezar la situación. Surgen dos fuerzas políticas antagónicas: el Partido Comunista (PCI) y los Fasci di combattimento, estos últimos fundados por Benito Mussolini, y de los que saldrá el Partido Nacional Fascista, que consigue sólo 35 diputados (el 8%) en 1921. Este partido se compone de escuadrones paramilitares que amedrentan a la población y revientan las huelgas y las actividades obreras, actuando siempre al servicio de la patronal (COFINDUSTRIA).

El asalto al poder de los fascistas de Mussolini se produce en 1922, tras la organización de una marcha de 3.000 camisas negras (fascistas) hacia Roma, con el objetivo de presionar al rey Victor Manuel III para que les diese el gobierno de la nación. El monarca así lo hará, confiando en que los fascistas, dado el poder de convocatoria que tenían y el apoyo de la gran empresa, conseguirían la pacificación social. Mussolini convoca elecciones que, convenientemente amañadas, le dan una exigua mayoría. No dudará en reprimir por todos los cauces posibles a la oposición, que finalmente abandona el parlamento. Comienza desde entonces a organizarse el Estado fascista en torno a la dictadura de Mussolini, el duce (caudillo). Se mantiene la monarquía y el senado (parlamento), pero el papel de ambas instituciones era meramente decorativo. En su lugar, el Gran Consejo Fascista, presidido por el duce, se convierte en el máximo órgano de poder. Con carácter consultivo se crea la Cámara de los Fascios y las Corporaciones, a modo de órgano legislativo, y a nivel local los ayuntamientos se transforman en corporaciones locales. La principal misión de éstas era el control de la población y el adoctrinamiento de la juventud.

La política exterior fascista fue expansionista, con la idea de reverdecer los laureles del Imperio romano. Se ocuparán militarmente los cercanos territorios de Corfú y Fiume, y en África, Etiopía. Las alianzas internacionales se establecen prioritariamente con regímenes de similar catadura al italiano: la Alemania de Hitler, con quien acudirá a la II Guerra Mundial, y la España del calvillo, a cuyo lado intervino en la Guerra Civil contra el legítimo gobierno republicano.

La gestión socio-económica se basó en la alianza con el gran capital. Los monopolios del estado y las empresas públicas fueron cedidos a la burguesía, la política fiscal les favoreció enormemente (se suprimen los impuestos a las empresas y a las herencias) y los sindicatos libres fueron prohibidos, por lo que la patronal pudo reglamentar tranquilamente todo lo relacionado con el mundo laboral. El antiguo culto al trabajador fue sustituido por el nuevo culto al empresario. La anterior postura antiburguesa del fascismo se transformó en un liberalismo económico a tope hasta 1927. A partir de aquí comienza una política intervencionista que se concreta en el acometimiento de grandes obras públicas, regadíos, infraestructuras, etc. La crisis del 29 se agrava en Italia a partir de 1932, adoptándose desde entonces una política autárquica.

Como todo dictador, Mussolini era un ferviente partidario del crecimiento demográfico, bajo el supuesto de que un país era tanto más poderoso cuanto más poblado estuviese. En tal sentido, se desarrolló todo un culto hacia la familia numerosa, se gravó fiscalmente el celibato y se prohibió la emigración al exterior.

 

IV. EL NACIONALSOCIALISMO ALEMÁN

 

Alemania abolió el imperio al finalizar la I Guerra Mundial e instauró la llamada República de Weimar bajo un planteamiento democrático y federal: su constitución recogía los principa­les derechos civiles y dividía el país en regiones autónomas (lander). El poder ejecutivo descansaba en el presidente de la República y en el gobierno, presidido por un canciller. El legislativo era bicameral: el Reichstag (cámara de representantes) y el Reichsrat (cámara de los Lander).

La República atravesó hasta 1923 enormes dificultades económicas, derivadas de la pérdida de control de ricos territorios mineros e industriales al finalizar la I Guerra Mundial, así como de los compromisos adquiridos para pagar las indemnizaciones a los vencedores y de la falta de créditos extranjeros que ayudasen a la recuperación del país. La hiperinflación y el desempleo agudizaron las diferencias sociales. La recuperación iniciada en 1924 se fue al traste con la crisis del 29. En 1932, el sistema bancario estaba derrumbado, la industria era improductiva y el paro alcanzaba a casi la mitad de la población activa.

Este panorama radicalizó las posiciones políticas, puesto que los partidos tradicionales (democristiano y socialdemócrata) no eran capaces de representar a una sociedad profundamente descontenta y dividida. Así, a la izquierda los comunistas y a la derecha el Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes recogían cada vez más votos en las elecciones. Este último estaba dirigido por Hitler, quien ya había intentado un golpe de Estado en 1923, cuyo fracaso le condujo a la cárcel; en chirona escribió Mein Kampf (Mi Lucha), libro en el que se condensa su [disparatada] ideología. Ya por entonces se rodea de personajes de la catadura de Himmler, Goering, Rosemberg o Rudolf Hess, tristemente famosos por las atrocidades cometidas durante la II Guerra Mundial. El partido de Hitler, los nazis, se apoyaba e la actividad de escuadrones paramilitares encargados de amedrentar a la población y de cometer atentados terroristas: las S.A.

En enero de 1933 Hitler es nombrado canciller de un gobierno de coalición. Al año siguiente convoca elecciones, las cuales le proporcionan (no sin sospechas fundadas) mayoría de votos y escaños para gobernar. Al igual que hizo Mussolini en Italia, Hitler se ocupó desde entonces en la construcción de un Estado nazi totalitario, siguiendo casi los mismos pasos: exclusión de la oposición, disolución de las cámaras legislativas, prohibición de sindicatos libres y de partidos políticos, reforma del Estado (suprimiendo su organización federal), etc. Para garantizar la seguridad y perseguir a los sospechosos de ser opositores y a las minorías sociales se legalizaron las S.A. y se constituyeron la Gestapo (policía política) y las S.S. (cuerpo militar de élite), bajo las premisas de lealtad y obediencia ciega al jefe (führer). Sus víctimas pasarían muy pronto a engrosar los campos de concentración.

El "pensamiento" y las actuaciones de Hitler podrían resumirse en el lema "Un pueblo, un Estado, un Jefe". Un Pueblo: el alemán, de raza aria, por cuya pureza había que velar eliminando a quienes la pusieran en peligro: los gitanos, los homosexuales, los retrasados… y sobre todo los judíos, pueblo contra el que se cometió uno de los mayores genocidios de la historia: el Holocausto (6 millones de muertos). Un Estado: Alemania, el III Reich, pero no la Alemania de las fronteras impuestas tras perder la I Guerra Mundial, sino el conjunto de los pueblos germánicos dispersados por media Europa, y a quienes se pretendía unificar. Un Jefe: el führer, líder carismático hacia el que los nazis y los medios de comunicación, estrechamente controlados por ellos, rendirán un profundo culto a la personalidad.

La política económica en la Alemania nazi se sustentó en la aplicación del keynesianismo y la autarquía. Mediante el primero se justificaba el intervencionismo estatal y la planificación económica por cuatrienios. Por la segunda se pretendía dotar al país de una autosuficiencia económica que le convirtiera en una potencia capaz de mantener otra guerra en Europa. En el ámbito de la agricultura se constituyeron los Erbhof, heredades de 125 ha. repartidas a los labradores. Dentro de las actuaciones industriales, se favoreció la industria pesada y de armamento y se promovió la concentración empresarial mediante cárteles y consorcios; el Estado fijaba las necesidades de producción, y en cualquier momento las industrias podían quedar sujetas al cumplimiento de los objetivos marcados. No obstante, el régimen nazi mimó a los grandes empresarios (Krupp, Thyssen) y éstos le dieron un apoyo decisivo. Por último, se acometió un ambicioso programa de obras públicas que dotaron al país de importantes infraestructuras.

Los resultados de esta política económica fueron rápidos y sonados. En 1935 se había recuperado el nivel de producción de 1929, y en 1939 ya no quedaban desempleados (a lo cual contribuyeron, no sólo el crecimiento económico, sino también las obras públicas y el hecho de que el servicio militar se alargase y se convirtiera en obligatorio). Alemania era de nuevo una gran potencia mundial, y esta confianza le permitió pasar a una política exterior agresiva.

Dicha política internacional fue, pues, eminentemente expansionista. Hitler decidió el abandono de la Sociedad de Naciones y la denuncia de los tratados de paz de la I Guerra Mundial; a tal efecto, suprimió el pago de más compensaciones de guerra, consiguió la devolución de la región del Sarre y procedió al rearme y a la remilitarización del país (actuaciones prohibidas por tales tratados). Sus aliados fueron la Italia de Mussolini, el Japón del emperador Hiro Hito y la España de Franco, a quien apoyó militarmente en la Guerra Civil. Alemania argumentó sus pretensiones expansionistas en la necesidad de un "espacio vital" que garantizase su desarrollo económico y demográfico, pero en el fondo se ocultaban un profundo resentimiento por las humillaciones recibidas tras la anterior guerra mundial y un convencimiento de estar en posición de superioridad sobre las demás naciones. La comunidad internacional asistió impasible a la ocupación de Austria y Checoslovaquia en 1939 y sólo reaccionó cuando el ejército alemán penetró en Polonia, desatándose, así, la II Guerra Mundial.