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Hª de España-2ºBach. Tema VI: Transformaciones económicas y sociales enel S.XIX

Profesor: Felipe Lorenzana de la Puente. 

TEMA VI: TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES EN EL SIGLO XIX

  

VI.1. LA REFORMA AGRARIA LIBERAL EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XIX

VI.1.1. LA AGRICULTURA Y LA PROPIEDAD DE LA TIERRA ANTES DE LA REFORMA LIBERAL

Ya sabemos que la agricultura era la principal fuente de riqueza del país durante el Antiguo Régimen y hasta bien entrado el siglo XIX. Tras la crisis del XVII, la producción agraria creció al tiempo que lo hizo el incremento demográfico en el siglo XVIII, pero no lo suficiente, debido a estas limitaciones:

1-       Técnicas agrarias rudimentarias, que apenas habían avanzado desde la Edad Media, y escasa formación del campesinado.

2-       Preferencia dada a la ganadería a la hora de aprovechar las tierras.

3-       Escasas inversiones que se hacían para mejorar la productividad. El objetivo era obtener la renta boba con unos costes mínimos de producción.

4-       Concentración de la propiedad de la tierra en pocas manos, que además no la trabajan directamente, confiando su labor en jornaleros mal remunerados y nada incentivados para mejorar la producción.

5-       Régimen de propiedad con dominio de las tierras vinculadas a las familias poderosas (mayorazgos), el estamento eclesiástico (mano muerta) y a los ayuntamientos (propios, comunes y ejidos). Las propiedades vinculadas o amortizadas no estaban bien explotadas por lo dicho anteriormente. La propiedad privada libre tenía un peso mucho menor; en ella se obtenían mejores rendimientos, pero no podía aumentar porque la legislación prohibía la venta de las tierras vinculadas.

Los gobiernos ilustrados intentaron poner remedio a esta situación y propiciar un crecimiento de la producción agraria. De esta forma, se dictaron leyes que limitaban la creación de mayorazgos, se inició una tímida desamortización de las tierras de la Iglesia y de las propiedades municipales que no se explotaban (baldíos), y se atajaron los abusos de la Mesta. Pero la Reforma Agraria tuvo un alcance muy limitado, pues no se atrevieron a profundizar en estas medidas, apenas se tocaron los intereses de los privilegiados y el miedo a que se desatara una revolución como la francesa de 1789 paralizó la Reforma a finales del siglo XVIII.

Las experiencias liberales anteriores al reinado de Isabel II retomaron la cuestión de la reforma agraria. Tanto las Cortes de Cádiz (1810-1813) como las del Trienio Liberal (1820-1823) abolieron el régimen señorial, desvincularon la propiedad nobiliaria, diseñaron el reparto de los bienes de propios y comunales e iniciaron la desamortización de las tierras de la Iglesia, pero no resolvieron el acceso del campesinado a la propiedad y, de todas formas, las reacciones absolutistas en 1814 y 1823 truncaron las reformas. La cuestión agraria y su problemática fue heredada en toda su extensión por los gobiernos liberales a partir de 1833.

 

VI.1.2. LA REFORMA AGRARIA LIBERAL: LAS DESAMORTIZACIONES

La transición al capitalismo se inició en España con la reforma agraria liberal, cuyo propósito esencial era la potenciación de la producción de alimentos, tan necesaria en un país que experimentaba un crecimiento demográfico continuo. La vía de solución intentará establecer un compromiso entre los poseedores de la tierra en el Antiguo Régimen (la aristocracia) y los nuevos detentadores del poder (la burguesía). A los primeros se les respetarán sus propiedades, y los segundos serán quienes se aprovechen de la desamortización.

Los procedimientos seguidos para llevar a cabo la reforma fueron dos: la abolición definitiva del régimen señorial y las desamortizaciones. Con el fin de los señoríos desapareció la jurisdicción de sus titulares sobre multitud de poblaciones de toda España, que pasaron a ser gobernadas directamente por el Estado. Pero la propiedad de las tierras sujetas al señorío fue entregada a sus señores en calidad de bienes libres privados, siendo desoídas las reclamaciones del campesinado, que las había trabajado durante siglos. Los mayorazgos también desaparecieron y sus bienes se consideraron propiedad particular de sus titulares. La nobleza, pues, perdió el privilegio de la vinculación y los derechos señoriales, pero no la propiedad de la tierra.

La desamortización es un acto jurídico por el que los bienes vinculados o amortizados, aquellos que por estar en manos de instituciones (la Iglesia, los municipios) no podían ser enajenados (vendidos), pasan a ser considerados libres, de propiedad particular, y a continuación confiscados por el Estado (bienes nacionales) y puestos a la venta en pública subasta y adjudicados al mejor postor. Durante el reinado de Isabel II se desarrollaron dos grandes procesos desamortizadores:

a-       La Desamortización eclesiástica de Mendizábal: El gobierno progresista de Juan Álvarez de Mendizábal expide, a lo largo de 1836 y 1837, un decreto y una ley por los que nacionaliza (apropiación por el Estado) los bienes del clero regular (las órdenes religiosas), estableciendo su tasación, subasta y venta a particulares. La finalidad era reducir la deuda del Estado, pagar los gastos de la guerra contra los carlistas y favorecer la producción agraria al pasar los bienes de la mano muerta, que generaba escasos beneficios, a propietarios particulares que las explotarían con mejor criterio. Mendizábal abolió igualmente una lacra histórica llamada Honrado Concejo de la Mesta. Las tierras expropiadas se vendieron a precios no muy elevados y podían ser pagadas al Estado en efectivo o en cómodos plazos durante quince años. La regencia de Espartero amplió en 1841 la desamortización a los bienes del clero secular (iglesias, parroquias, catedrales), comprometiéndose el Estado a mantener a los curas para garantizar la continua­ción del culto católico. El gobierno moderado instaurado en 1843 suspenderá el proceso, pero no devolvió a la Iglesia los bienes que ya habían sido vendidos.

b-       La Desamortización civil de Madoz: El ministro de Hacienda del Bienio Progresista, Pascual Madoz, impulsó la ley que en 1855 completó la desamortización eclesiástica y sacó a la venta pública todos los bienes rústicos y urbanos pertenecientes a los propios y comunes de los municipios. Desde la Edad Media, los propios habían sido alquilados por los ayuntamientos para costear los servicios públicos, y los comunes (prados, dehesas, bosques…) se repartían entre los vecinos o eran disfrutados de forma gratuita por la comunidad. Desde ahora serán propiedad privada de sus compradores. Como antes había ocurrido con la Iglesia, los municipios perderán sus recursos; con su patrimonio pierden también definitivamente su autonomía (habrán de ser mantenidos por el Estado) y su importancia política.

Consecuencias: los objetivos de las desamortizaciones fueron remediar el déficit crónico de la Hacienda pública, ya que el dinero de las ventas era ingresado por el Estado, y asentar la propiedad individual ampliando el número de propietarios, lo cual generaría una mayor riqueza agraria al aumentar la producción. Se estima que se sacaron a la venta unos 10 millones de hectáreas, lo que representaba el 20% del territorio español y el 40% de la tierra cultivable. La producción, efectivamente, se incrementó de forma muy notable al ponerse en cultivo nuevas tierras y mejorar algo los rendimientos de las que ya se labraban. También se amplió y se diversificó el número de propietarios. Sin embargo, no se consiguió que la mayoría de los campesinos, que carecían de recursos para acudir a las subastas, accedieran a la propiedad de las tierras. Su situación se deterioró: al perder los terrenos comunales del municipio, no les quedaría más remedio que trabajar como temporeros de los nuevos propietarios: la burguesía agraria latifundista, los caciques en suma; es lo que se ha venido a llamar la proletarización del campesinado. En definitiva, se solucionó el tema de la propiedad, pero se generó un problema social en el campo. El hambre de tierra, el paro y la pobreza generaron numerosos conflictos en todo el país; el problema permanecerá latente y sin solución aparente hasta la II República (1931-1939).

La evolución de la agricultura española en la segunda mitad del siglo XIX fue, a grandes rasgos, positiva. La producción de los frutos tradicionales, que eran también los principales artículos de exportación, se incrementó: cereales, aceite de oliva y, sobre todo, el vino, beneficiándonos de la enfermedad (la filoxera) que destruyó los viñedos de nuestro principal competidor, Francia (más tarde llegaría también a España). También se extendieron cultivos que habían tenido escasa implantación y eran fácilmente comercializados para la industria: el maíz, la patata, el arroz, la seda, el azúcar, etc. Se generalizó el empleo de fertilizantes (como el nitrato de Chile) y se extendió el regadío en el litoral mediterráneo, pero la introducción de la maquinaria aún habrá de esperar. El aumento de la producción fue motivado por el incremento de la tierra cultivable, pues los rendimientos continuaron siendo bajos y el campo aún absorbía mucha mano de obra en condiciones precarias. De hecho, aunque la agricultura ya sólo representaba a finales de siglo la tercera parte de la riqueza nacional, todavía ocupaba a más de dos tercios de la población activa.

 

  VI.2. TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES EN LA ESPAÑA DE MEDIADOS DEL SIGLO XIX

VI.2.1. ESPAÑA Y LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y DE LOS TRANSPORTES

Se ha considerado habitualmente que la Revolución Industrial, que ya se había extendido a los principales países europeos, fracasó en España en el siglo XIX, aunque hubo algunos avances. Las causas del fracaso son la debilidad de la demanda (insuficiente crecimiento demográfico y escasa capacidad adquisitiva de la mayoría de la población), la raquítica capacidad inversora de la burguesía (más aficionada a los negocios especulativos -compra de tierras, de títulos de deuda pública, etc.- que a los industriales) y la dependencia de la tecnología y de los capitales extranjeros.

La industria textil, sector considerado básico en el despegue industrial, se centró en Cataluña y se nutrió de tecnología británica. La pérdida del mercado colonial americano hizo que los productores se fijaran más en el mercado nacional, pero fue necesario que el gobierno aplicar políticas proteccionistas que evitaran la competencia de los artículos del exterior. A mediados de siglo sufre una aguda crisis, ya que su principal materia prima, el algodón, dejó de importarse debido a la guerra civil en Estados Unidos, su mayor abastecedor, y los inversores prefirieron orientar sus capitales hacia el ferrocarril y la compra de tierras desamortizadas. Se recupera a partir de 1870 y se diversifica gracias al mayor uso de la lana como materia prima. El otro sector clave en la expansión industrial era la siderurgia, pero también hubo de lidiar con un mercado escaso y unos costes energéticos elevados. Se desarrolla en primer lugar en Andalucía, pero pronto deriva hacia Asturias y el País Vasco, regiones más ricas en materia prima (hierro) y fuentes energéticas (el carbón). Cataluña y Vizcaya, en definitiva, se consolidan como las principales áreas industriales de España.

La minería era importante en recursos, pero estaba deficientemente explotada por la debilidad de la demanda industrial, la falta de capitales y de tecnología. Los extranjeros se apropiarían pronto de la gestión de las minas y su producción se dedicaría sobre todo, como en cualquier país bananero, a la exportación (por ejemplo, el 85% del hierro), por lo que sus principales beneficios no se quedaron en España. La extracción de hierro se centró en la cuenca vizcaína, y aunque se hacía en función de los intereses británicos, la infraestructura instalada contribuiría a su desarrollo industrial y financiero. Los mismos actores (ingleses) y la misma política (exportar) se repitieron en las minas de cobre de Huelva (Riotinto, sobre todo). Para no ser menos, la mina de mercurio de Almadén, única en Europa occidental, también pasó a manos extranjeras. Finalmente, la minería del carbón comenzó a adquirir relevancia a finales de siglo y pronto se convirtió en la más importante.

El desarrollo de los transportes fue al ritmo de la industria y el comercio, a quienes pretendía beneficiar, es decir, lento. La tarea era monumental, ya que la situación de los transportes y de las comunicaciones en España era poco menos que calamitosa. Si no se mejoraba, era inútil el esfuerzo industrial y el comercio interior continuaría desarticulado.

Ya en el XVIII se ideó la red radial de caminos carreteros y en torno a 1840 se inicia un nuevo impulso a las carreteras, llegándose a los 2.000 kilómetros de trazado, lo que tampoco era como para tirar cohetes. La niña bonita de la época, el símbolo del progreso, era, sin duda, el ferrocarril, y a él se destinaron los mayores esfuerzos para intentar compensar la ventaja que ya nos llevaban casi todos los países avanzados. Su desarrollo interesaba a casi todos los sectores de una economía encaminada hacia el capitalismo. Ante todo, serviría para agilizar el comercio al recortar las distancias y comunicar las distintas regiones del país, facilitaría los movimientos de la población y favorecería el desarrollo económico en múltiples facetas: la industria siderúrgica (fabricación de raíles), la construcción (túneles, puentes, estaciones), la banca (inversión de capitales), la tecnología (máquinas), la minería del carbón (combustible de las locomotoras), etc. El capital y la tecnología extranjeros (franceses sobre todo) jugaron un papel nuevamente decisivos, pero acabaría estimulando también la inversión nacional. Los primeros tramos construidos se situaron en las zonas más industrializadas: Barcelona-Mataró (1848), Madrid-Aranjuez (1851) y Langreo-Gijón (1855). En los 10 años posteriores se tendieron 5.000 kilómetros de vías, y el desarrollo hubiera sido mayor de haber habido un tejido industrial más denso.

 

VI.2.2. OTROS SECTORES PRODUCTIVOS EN EL SIGLO XIX: LA BANCA Y EL COMERCIO

Los orígenes del moderno sistema financiero español se hallan en la creación del Banco Nacional de San Carlos en 1782. Reconstituido en 1829 como Banco Nacional de San Fernando, se ocuparía de centralizar las operaciones de crédito del Estado, en especial la gestión de la deuda pública. Ya con el nombre definitivo de Banco de España desde 1856, se ocupará también de la emisión de la moneda (el real desde 1848 y la peseta desde 1868) y de controlar a la banca privada, que comenzó su andadura en las zonas más industrializadas. De hecho, los primeros bancos fueron el de Barcelona y el de Bilbao. En Madrid, por otra parte, se estableció en 1831 la Bolsa de Comercio como mercado especializado en la compraventa de valores, lo que favoreció el desarrollo de las sociedades anónimas y ayudó a canalizar las inversiones en los ferrocarriles. En cuanto a las Cajas de Ahorro, tienen su origen en los Montes de Piedad, que en principio eran entidades de carácter asistencial. Sin perder nunca su vertiente social, las cajas conocen un gran desarrollo en la segunda mitad del siglo.

El comercio interior continuó siendo la gran asignatura pendiente de la economía española, a causa de la debilidad de la demanda interna y de la lentitud en construir unas redes de transporte modernas. El comercio exterior fue deficitario: las exportaciones más cuantiosas eran las de productos agrarios y, al igual que ocurre en los países poco desarrollados, las materias primas. Sólo el fortalecimiento de la industria catalana dio alegría a las exportaciones de manufacturas a partir de los últimos lustros del siglo. Para evitar la invasión de productos extranjeros importados y mimar la industria nacional, los gobiernos hubieron de adoptar severas políticas proteccionistas.

 

VI.2.3. LOS CAMBIOS SOCIALES EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XIX

El crecimiento demográfico español durante el siglo XIX fue considerable, pues se pasó de 11 millones de habitantes en 1800 a 18 en 1900, pero aún así fue más lento que en la mayoría de los países europeos. El periodo más fructífero fue el que se extiende desde 1833 a 1877. Las regiones que más crecieron fueron las insulares, las del litoral mediterráneo, Andalucía y Extremadura; en el norte el incremento fue moderado y en las dos Castillas y Aragón fue bajo, confirmándose la tendencia de despoblamiento del centro y repoblación de los litorales que ya se apuntaba a finales del XVII. La tasa de natalidad continuó muy elevada (en torno al 35 por mil) y la mortalidad descendió hasta el 28 por mil en 1902, pero no lo suficiente como para proporcionar un mayor crecimiento, puesto que las crisis de subsistencias no desaparecieron por culpa del atraso tecnológico, los bajos rendimientos agrícolas y la ineficacia del comercio y de la red de transportes para llevar los excedentes a las zonas deficitarias. Tampoco desaparecieron las epidemias, siendo la peor el cólera. La emigración exterior hacia América comienza a ser importante, y también la interior: del campo a la ciudad, aunque el llamado éxodo rural habrá de esperar al desarrollismo de la época del Calvillo.

La sociedad española del siglo XIX tiene su principal rasgo en las enormes desigualdades que se producían en todos los ámbitos, a causa de una injusta distribución de las fuentes de riqueza, sobre todo de la tierra. En relación con el Antiguo Régimen, desaparecieron los estamentos y los privilegios y apareció una sociedad de clases en la que la riqueza situaba a cada uno en su lugar, se estableció la igualdad ante la ley y se fue avanzando poco a poco en la consecución de las libertades individuales y en los derechos políticos. Pero las diferencias sociales eran enormes entre unas clases y otras. En cuanto a la relación entre población rural y urbana, ésta última no superará en número a la primera hasta 1950, cien años después, por ejemplo, que en Inglaterra. España continuó siendo durante el XIX un país eminentemente rural: el 75% aproximadamente de la población residía en los pueblos. Sólo cinco ciudades superaban los 100.000 habitantes: Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y Málaga.

La clase alta estaba constituida por los antiguos estamentos privilegiados: la nobleza, que mantuvo sus propiedades y se adaptó bien al régimen capitalista; el clero, que redujo sus efectivos a causa de la desamortiza­ción pero continuó ejerciendo una gran influencia sobre una sociedad aún muy apegada a la religión católica; y la alta burguesía, enriquecida gracias a las subastas de las tierras de la Iglesia y de los municipios, al despegue del sistema financiero y a la incipiente industria. Consolidado el régimen liberal, la burguesía deja de ser un grupo revolucionario, se hace conservadora (son los moderados) y pacta con los progresistas el mantenimiento del sistema.

Las clases medias, en el futuro llamadas a ser la mayoría de la población, pero aún no, se nutrían de los grupos urbanos: la burguesía media dedicada al comercio y las pequeñas empresas, los profesionales liberales, los burócratas, el llamado sector servicios en definitiva. También cuentan aquí los obreros cualificados y en el ámbito rural los medianos propietarios. Entre todos ellos apenas superaban el 15% de la población total. Fueron la base social de los liberales progresistas.

Las clases bajas agrupaban a más del 70%. Obreros industriales, aunque aún en escasa cuantía, y jornaleros y pequeños propietarios de tierras eran sus componentes. Ellos llevaron la peor parte de la transición al capitalismo pleno. Con salarios muy bajos, condiciones laborales inestables, sin derecho a participar en la vida política, desprovistos de cualquier sistema de protección ante el desempleo, la enfermedad o la jubilación, no tardarán en iniciarse agitaciones campesinas (sobre todo en Andalucía y Extremadura, castigadas por el latifundismo) y obreras (en las ciudades más pobladas) que fueron poniendo en marcha el movimiento obrero español a través de sindicatos y partidos socialistas. La conflictividad social marcará la historia española desde mediados del siglo XIX hasta estallar definitivamente con la II República y la Guerra Civil en 1936.

 

 VI. 3. TRANSFORMACIONES EN EXTREMADURA DURANTE LA ETAPA ISABELINA. Extremadura inicia el reinado de Isabel II dividida en dos provincias, Badajoz y Cáceres, las de mayor superficie de las 49 (más tarde 50) que se crearon a finales de 1833. En los proyectos de división anteriores se dudaba si fijar las capitales en Mérida y Plasencia, pero finalmente se impusieron las ciudades más pobladas, Badajoz y Cáceres. Cada provincia se dividió a su vez en partidos judiciales, trece en Cáceres y catorce (entre ellos el de Fuente de Cantos) en Badajoz. En cada una de las dos capitales se estableció una Diputación (órgano de coordinación municipal), un Gobierno Civil y otro militar (instrumentos de control del gobierno central). La unión de las dos provincias creaba la región de Extremadura, y así figura ésta en los mapas, pero en realidad no existía más institución común a ambas que la Audiencia territorial de Cáceres. En definitiva, Extremadura desaparece como unidad administrativa operativa, lo cual dificultó el desarrollo de movimientos políticos y culturales de carácter regionalista.

La población extremeña se duplicó a lo largo del siglo XIX, pasando de 400.000 a 800.000 habitantes. Ello se debió al incremento de la natalidad y a la progresiva reducción de la mortalidad catastrófica, gracias a los avances en el control de enfermedades y a las mejoras higiénicas y sanitarias. El crecimiento demográfico fue mayor en los núcleos urbanos, y mayor también en la provincia de Badajoz. La ciudad más poblada era Badajoz, seguida de Cáceres, Plasencia y Mérida, aunque ninguna llegó a superar los 40.000 habitantes.

El mundo rural creció menos a causa de las repetidas crisis de subsistencia y a la incidencia del cólera.Las guerras carlistas afectaron también a Extremadura, dada su cercanía a Portugal, en donde se hallaba Carlos Mª Isidro, pero en mucha menor medida que a las provincias del norte de España. No hubo en Extremadura batallas propiamente dichas entre carlistas y liberales, pero sí partidas carlistas procedentes del país vecino y de La Mancha, Hacían incursiones en núcleos rurales, saqueos y extorsiones; llevaron la inquietud a la población, fastidiaron el comercio y causaron daños en las actividades productivas. Pero Extremadura nunca fue escenario principal en ninguna de las tres guerras civiles que hubo en este siglo.La revolución de 1840 que llevó al poder a Espartero tuvo una gran incidencia en Extremadura; la milicia extremeña apoyó de forma masiva al nuevo regente, se constituyeron juntas locales y provinciales y los liberales progresistas ganaron las elecciones. Desde entonces, en todas las poblaciones de la región hubo una división, a veces traumática, entre conservadores y progresistas, disputándose las alcaldías y concejalías. También fue casi unánime el apoyo popular extremeño a la revolución de 1854, y también entonces se crearon muchas juntas que reorganizaron las milicias y destituyeron a los antiguos dirigentes. La agitación social fue muy importante, con ocupaciones de tierras, sabotajes a las explotaciones y negativas a pagar impuestos, todo lo cual se acabó con la implantación de la ley marcial y la vuelta a la oposición del liberalismo progresista.

El gran problema de la economía extremeña era el sistema de la propiedad de la tierra, acaparada por la nobleza, la Iglesia y los Ayuntamientos en régimen de amortización. También había multitud de pequeñas propiedades, pero sin interés económico. Faltaban propiedades de tamaño medio y sobre todo faltaba darle solución al hecho de que la mayor parte de los campesinos no tuviese tierra alguna. Las desamortizaciones no solucionaron este problema. El régimen señorial desapareció y las tierras vinculadas también, e incluso creció la producción agraria, pero se consolidó el sistema latifundista: los compradores de las tierras desamortizadas a la iglesia y a los ayuntamientos fueron grandes y medianos propietarios, a menudo venidos desde fuera, que eran los que tenían medios para adquirir los lotes subastados, y además desaparecieron las tierras comunales de los ayuntamientos, que en pasado habían servido para dar trabajo a los que no tenían propiedades.

El problema social no hizo más que agravarse. Fue una de las épocas más negras de la historia extremeña, la de los caciques y los señoritos viviendo a costa de una legión de campesinos famélicos.Con todas sus deficiencias, la agricultura era con gran diferencia la actividad económica más importante de Extremadura.

La industria no había pasado del ámbito artesanal y apenas cubría las necesidades mínimas de material y utillaje agrícola. El desarrollo industrial no era posible en una región sin recursos naturales, sin burguesía y sin capitales. Ni aún hoy día puede decirse que la región se haya industrializado.

La minería, uno de los sectores clave del desarrollo económico español en el XIX, tampoco destacaba en Extremadura, mientras que el comercio se resentía del mal estado de las comunicaciones, los escasos intercambios con Portugal y una legislación atrasada. Alguna cosas se hicieron, mejorando la infraestructura viaria y ampliándose las ferias y mercados. Badajoz y Zafra cobraron impulso, y la frontera se animó un poco.

Las crisis agrarias o de subsistencias, agravadas por las cíclicas sequías y las plagas de cañafotes, fueron una constante entre 1834 y 1868. Las hambrunas, a su vez, provocaban desórdenes públicos, que convirtieron al campo extremeño en un auténtico polvorín social.

Hª de España-2ºBach. Tema V: Isabel II

Profesor: Felipe Lorenzana de la Puente. 

TEMA V: EL REINADO DE ISABEL II (1833-1868): LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL

 

V.1. CONSTITUCIONALISMO Y ORGANIZACIÓN DEL ESTADO EN EL REINADO DE ISABEL II

V.1.1. LAS REGENCIAS DE MARÍA CRISTINA Y DE ESPARTERO (1833-1843)

Durante el reinado de Isabel II se consolida en España el modelo político liberal, abandonándose la monarquía absoluta. El proceso no fue fácil y estuvo plagado de conflictos internos en el propio movimiento liberal. La inestabilidad política y las luchas entre moderados y progresistas caracterizaron este reinado.

Al tener la reina tan sólo dos años cuando muere su padre, Fernando VII, se inicia un periodo de regencia, sistema en el cual un regente o consejo de regencia asume los poderes en nombre de la reina.

Entre 1833 y 1840 transcurre la regencia de María Cristina, madre de Isabel II, quien hubo de afrontar dos graves problemas: por un lado, el carlismo, que reclamaba el trono para el hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro, y que había iniciado una guerra con el apoyo de los sectores absolutistas. Y por otro lado, el liberalismo, que reclamaba la democratización del país. La regente tenía que elegir entre uno de los dos para no quedar aislada. El liberalismo estaba muy dividido entre moderados y progresistas. Los primeros querían que la transición hacia el régimen liberal se hiciera despacio y sin radicalismos, y serán éstos quienes sean llamados por la regente para formar gobierno. Con Martínez de la Rosa de presidente se aprueba el Estatuto Real de 1834, una pseudo-constitución elaborada por el gobierno, no por las Cortes, que establecía una mínima apertura liberal, una forma suave de desmontar poco a poco el Antiguo Régimen. Pero los liberales progresistas consideraban insuficiente esta apertura y presionan a la regente, quien se ve obligada a entregarles el gobierno. Con Juan Álvarez de Mendizábal de presidente asistimos a dos momentos importantes: la aprobación de una nueva Constitución en 1837, que será de carácter progresista (amplias libertades, ampliación de los poderes de las Cortes, etc.) y el inicio, al fin, de la desamortización eclesiástica.

Acabada la guerra carlista con triunfo para los isabelinos o cristinos en 1839, la regente creyó llegado el momento de dar un giro moderado a la revolución abierta en 1837, pues las reformas liberales tenían escandalizada a la España más conservadora: la iglesia, la aristocracia, la alta burguesía, los propietarios… Sin embargo, los progresistas adivinan la jugada y provocan una sublevación popular que termina poniéndole a la regente las maletas en la frontera con Francia.

El general Baldomero Espartero asume la regencia entre 1840 y 1843 con el apoyo de los liberales progresistas. Es la primera vez en la historia española que un militar llega a tan elevado cargo político. Pronto acabará por enfrentarse a todos: a los moderados, que reclamaban la reforma de la Constitución progresista del 37; a los progresistas, que no aceptaban sus métodos dictatoriales y pedían la aceleración de las reformas; y a los liberales radicales (republicanos, demócratas, etc.), que aparecen ya en la vida política española, aunque aún en la clandestinidad. La conflictividad laboral en las ciudades crecía y con ella las alteraciones del orden público, que el general se encargaba de reprimir con saña, destacando, por ejemplo, el bombardeo al que sometió a Barcelona para terminar con una insurrección popular. Aislado, con medio país en pie de guerra, un militar moderado, Narváez, provocará finalmente la caída del regente y, quien se exilia en Inglaterra. Las Cortes, hartas de regentes, declaran mayor de edad a Isabelita con tan solo trece años.

 

 V.1.2. EL REINADO DE ISABEL II:

ETAPAS (1843-1868)

A- La Década Moderada (1843-1854)La reina se identifica claramente con el sector moderado del liberalismo, al que entrega el gobierno, marginando a los progresistas. Una de las primeras medidas decisivas que toman los gobiernos moderados es la aprobación de una nueva Constitución, la de 1845, vigente hasta 1868, la cual refuerza el poder de la Corona, limita la influencia de las Cortes y reduce las libertades de los ciudadanos. Como no hay consenso entre las distintas familias liberales, se cambia de constitución cuando cambia el signo político del gobierno y así cada uno la hacía a su gusto. Durante estos diez años largos de moderantismo, los objetivos fundamentales fueron los siguientes:

             Potenciar el principio de autoridad y orden: supresión de las milicias populares, amplias facultades al ejército en materia de orden público y creación de un nuevo instituto armado: la Guardia Civil.

             Se restringe el sistema electoral, sólo votan los propietarios y los llamados “capaces” (intelectuales, funcionarios, militares, abogados, etc.). La participación del pueblo se reduce al mínimo. El gobierno interviene en las elecciones y falsifica los resultados (pucherazo) con la complicidad de las autoridades locales, todo con tal de mantener a los progresistas alejados del poder.

             Se consolida el modelo de estado centralizado. Se limitan los fueros vascos y navarros (se suprimen sus aduanas con España, por ejemplo). Diputaciones y ayuntamientos pierden autonomía y quedan como meras oficinas dependientes del gobierno central.

             Se garantizan las libertades individuales: la igualdad ante la ley, la protección de la propiedad, las libertades económicas, supresión de privilegios fiscales, etc. Aunque sin pasarse. Por ejemplo, había en teoría libertad de expresión, pero también una censura bastante rígida.

La Década moderada tampoco fue una época tranquila. La desamortización se detiene, aunque no se devuelve lo expropiado. La conflictividad laboral aumenta. La oposición y las Cortes quedan marginados, por lo que a los progresistas tan sólo les quedaba provocar una nueva insurrección popular para volver al poder. Entre los propios moderados también se aprecia una clara división entre los partidarios de entenderse con los progresistas y los que preferían pactar con el carlismo, queriendo casar a la reina con el pretendiente carlista (finalmente se casará con su primo Francisco de Asís de Borbón, aunque es dudoso que llegaran a consumar el matrimonio). El intervensionismo del ejército y de la reina provocó continuos cambios de gobierno: hasta 19 gabinetes, con presidente incluido, se sucedieron en esta etapa. Narváez estuvo en la presidencia en cuatro ocasiones distintas. El que más tiempo duró fue el extremeño Bravo Murillo, quien gobernó entre 1851 y 1852 y pretendió dar un giro todavía más conservador al gobierno, lo cual provocó tal reacción que, unido a diversos escándalos de corrupción, dejaron al moderantismo herido de muerte.

B- El Bienio Progresista (1854-1856)En junio de 1854 estalla una revolución al estilo de casi todas las de este siglo: movilizaciones políticas (en este caso protagonizadas por los progresistas), pronunciamiento militar y finalmente insurrección popular. El líder era en este caso el general Leopoldo O’Donnell, quien presentó a la reina el Manifiesto de Manzanares (redactado por Cánovas del Castillo). Reclamaban en él los revolucionarios que la reina se desprendiera de las camarillas de políticos que tanta influencia tenían sobre ella, que respetara la Constitución, que se ampliase el derecho al voto, que se extendiesen las libertades, sobre todo la de expresión, que se restaurase la milicia y que se democratizasen los ayuntamientos. La reina decide entregar el gobierno a una coalición de moderados, progresistas y demócratas, el presidente será Espartero y O’Donnell ministro de Guerra. La revolución popular se detiene y los más progresistas pronto quedarán defraudados. Lo intentarán de nuevo en 1868.No obstante, durante el Bienio se aceleran las reformas y se profundiza en la democratización de España. Los objetivos del Manifiesto de Manzanares se llevaron a la práctica, la desamortización conoce un impulso importante (sobre todo la de bienes municipales, llevada a cabo por el ministro de Hacienda Pascual Madoz), se liberaliza la economía, se propicia el desarrollo del ferrocarril y la industria y se favorece a la banca y al gran capital. Por supuesto, también se redacta una nueva Constitución de carácter progresista, aunque no hubo tiempo para aplicarla (se llama, por eso, la non nata).El gobierno del Bienio hubo de afrontar la primera gran oleada de conflictividad laboral de la historia: la carestía de la vida, las pésimas condiciones de trabajo de los obreros, los bajos salarios y el desempleo motivaron el descontento de las masas. Fue sonada la huelga general de Barcelona en 1855, que se considera el punto de partida del movimiento obrero español. El fracaso a la hora de entenderse con los trabajadores, más la hostilidad de la reina y de los moderados, más la reanimación de las revueltas urbanas provocan el fin de esta breve etapa: Espartero dimite y O’Donnell se hace cargo de la presidencia, tomando como primera medida la represión de los revoltosos.

C- Los últimos años del reinado de Isabel II. El proyecto de centro políticoLa vuelta al moderantismo con O’Donnell se hace, sin embargo, sin marginar a los progresistas. El general quiere crear un partido de centro que agrupe a las distintas familias liberales y pueda enfrentarse con más garantías al movimiento obrero y a los grupos más radicales (republicanos y demócratas). Nace, así, la Unión Liberal en 1858, que gobernará hasta 1863 en medio de un clima de estabilidad política y progreso económico: industrialización (aunque muy localizada), fomento de las obras públicas e infraestructuras del transporte, aumento de la producción agraria gracias a las desamortizaciones… El país comienza a modernizarse al fin, se acelera el crecimiento demográfico y la urbanización. En política exterior se intentan reverdecer los laureles de la etapa imperial, interviniendo el ejército en Indochina, Marruecos, México y la República Dominicana, aunque con escasos resultados positivos. La manía de los gobiernos de turno de monopolizar el poder, falsificando los resultados electorales y cabreando a las otras opciones políticas, explican el comienzo de la crisis que acabará con esta etapa y también con el reinado de Isabelita. Tras la dimisión de O’Donnell en 1863, la descomposición política se acelera: nuevo periodo de inestabilidad, se suceden siete gobiernos en sólo cinco años, con la reina haciendo y deshaciendo a su antojo. Aumenta la represión, se recortan las libertades y, para rematar, sobreviene una grave crisis agraria y financiera en 1866. El descontento popular vuelve a llenar las calles de manifestantes. En 1868, una revolución llamada La Gloriosa acaba con la monarquía, iniciándose una nueva etapa en la historia española conocida como el Sexenio Revolucionario. 

X.1.3. EL CONSTITUCIONALISMO DURANTE EL REINADO DE ISABEL II

Cuatro modelos de constitución se sucedieron en los 35 años del reinado, y ninguno logró la aceptación de todos al haber sido redactados sin el consenso de los principales grupos políticos. En el siguiente cuadro exponemos las líneas principales de cada constitución:

 

  ESTATUTO REAL CONSTITUCIÓN DE 1837 CONSTITUCIÓN DE 1845 CONSTITUCIÓN DE 1854
VIGENCIA 1834-1836 1837-1843 1845-1868 No tuvo
NATURALEZA Muy conservador Progresista Moderada Progresista
SOBERANÍA Real Compartida rey/nación Compartida rey/nación Nacional
EJECUTIVO: EL GOBIERNO Predominante: gobierna y legisla Fuerte. Legisla con las Cortes, puede disolverlas y vetarlas Igual que el anterior, pero aún con más poderes Legisla con las Cortes, pero no puede vetarlas ni disolverlas
CORTES Bicamerales: Cáma­ra de los próceres (nobleza, elegidos por la reina) y Cámara de los procu­ra­dores (elección popular indirecta). Función consultiva. Bicamerales: Congreso (elección popular directa) y Senado (elección indirecta y designa­ción real).Función legislativa Bicamerales: Congreso (elección popular directa) y Senado (designación real).Función legislativa Bicamerales: Congreso (elección popular directa) y Senado (elección indirecta y designación real).Función legislativa y de control del gobierno
SUFRAGIO Muy censitario (vota el 0’15% de la población) Censitario: votan los mayores contribu­yentes, sobre el 2% Muy censitario: mayores contribu­yentes y “capaci­tados” (1%) Censitario
DERECHOS INDIVIDUALES No se recogen Se recogen con amplitud Se restringen Se amplían
OTROS   Ayuntamientos democráticos   Ayuntamientos democráticos

 

X.2. LOS GRUPOS POLÍTICOS Y DE PRESIÓN. EL CARLISMO

X.2.1. LOS GRUPOS POLÍTICOS

Ya desde el Trienio (1820-23) se hace evidente la división en el seno del movimiento liberal, con dos facciones enfrentadas que protagonizan constantes disputas y alternancias en el gobierno durante el reinado de Isabel II y, en general, hasta la llegada de la II República en 1931: son los moderados o conservadores, que hoy llamaríamos la derecha, y los progresistas, la izquierda. Más adelante surgen los liberales radicales, situados a la izquierda de los progresistas. No son aún, al menos hasta mediados de siglo, partidos firmemente establecidos, con una organización permanente y disciplina interna, sino más bien grupos de opinión que se agrupan en las Cortes y cuentan con el apoyo de una parte de la prensa y de ciertos sectores sociales. Las tres formaciones, al ser liberales, comparten algunos principios, como son la defensa del constitucionalismo, la división de poderes, la igualdad social ante la ley, los derechos del individuo, o la participación del pueblo en el proceso político mediante el sufragio.

Las diferencias básicas en sus ideas las condensamos en el siguiente cuadro:

 

 

MODERADOS

PROGRESISTAS

RADICALES

SOBERANÍA

Compartida rey / nación

Nacional

Nacional plena

CORONA

Refuerzan su poder, es el factor político más decisivo

Recortan sus atribuciones

Reducen su papel al de árbitro entre las institu­ciones. Algunos defien­den la República

CORTES

Legislan con el rey pero carecen de capacidad de control. Bicamerales, con el Senado elegido por el monarca

Capacidad plena para legislar y de control sobre el ejecutivo. Bicamerales, ambas cámaras por elección

 

SUFRAGIO

Censitario, restringido a los mayores contribu­yentes. Desprecian a las clases media y baja

Censitario, con ampliación gradual del derecho al voto

Universal masculino

DERECHOS INDIVIDUALES

Muy restringidos. Se centran en la defensa de la propiedad privada. Prima el principio de orden y autoridad. Censura para limitar la libertad de expresión

Declaración de derechos amplia, sobre todo de imprenta y asociación

Declaración de derechos amplia, sobre todo de imprenta y asociación. Piden, entre otras cosas, la extensión y gratuidad de la enseñanza primaria

RELIGIÓN

Estado confesional católico

Tolerancia

Libertad de culto

FUERZAS DE SEGURIDAD

Amplias atribuciones al ejército y a la guardia civil. Rechazan las milicias populares

Partidarios de la milicia

 

ADMINISTRACIÓN PROVINCIAL Y LOCAL

Subsidiarias y sometidas al gobierno central

Democráticas, con autonomía y participación activa de la ciudadanía

APOYO SOCIAL

Clases altas y medio-altas, las beneficiadas por la desamortización y la revolución industrial; nobleza y alta burguesía

Clases medias: pequeña burguesía, artesanado, funcionarios, militares medios

Clases medias y bajas. Obreros industriales. Intelectuales

 X.2.2. EL CARLISMO

El carlismo surge a raíz del conflicto sucesorio iniciado en los últimos años del reinado de Fernando VII; su hermano Carlos (Carlos V para sus partidarios) no acepta que una mujer, su sobrina, pueda acceder al trono y lo reclama para sí. Sus partidarios son los defensores de mantener sin alteración el Antiguo Régimen, destacando el apoyo del clero y de la aristocracia. Territorialmente, sus seguidores se hallan principalmente en las provincias del norte, sobre todo en los territorios forales navarro y vasco, pues una de las características del carlismo es la defensa de los fueros (los liberales querían quitarlos). Ideológicamente son absolutistas, foralistas, antiliberales y católicos a rabiar. Su lema es: Dios, patria, rey.

Estos modorros provocaron tres guerras civiles a lo largo del siglo. La primera transcurre entre 1833 y 1839 y se desarrolla en la mitad norte de España, aunque con algunas incursiones y apoyos en el sur; recurren a la guerra de guerrillas ante la superioridad del ejército real; el conflicto acaba con la firma del Convenio o Abrazo de Vergara entre los generales Maroto (carlista) y Espartero (realista), por el cual el gobierno se comprometía a mantener los fueros y a integrar en el ejército a los oficiales carlistas. Pero Carlos María Isidro no renuncia a sus pretensiones de ser el rey de España. En 1844 abdica a favor de su hijo Carlos Luis (Carlos VI para esta gente), quien encabeza la segunda guerra entre 1845 y 1849, reavivándose en 1860; fue un conflicto de escasa intensidad, más bien escaramuzas, que termina con la captura del pretendiente y la renuncia que hace de sus derechos. Pasan estos derechos a su hermano Juan y de aquí a su hijo Carlos (Carlos VII), y con éste se desarrolla la tercera guerra carlista entre 1872-1876, la más grave de todas, pues concitó el apoyo al carlismo no sólo de los absolutistas sino también el de todos los que estaban escandalizados por el desarrollo del Sexenio Revolucionario; además, España estaba sin rey desde 1868 y con la proclamación de la I República en 1873 la causa carlista se fortalece. Una vez derrotados, miles de carlistas inician el camino del exilio, al tiempo que los fueros del País Vasco y Navarra son, por fin, después de varios siglos vigentes, suprimidos. En lugar de los fueros, el gobierno central negocia con estos territorios un concierto económico donde se fija el cupo que ingresan a las arcas del Estado, todavía vigente en la actualidad. El carlismo subsistirá como opción política, creando un partido llamado Unión Católica, que incluso colaboró en algunos gobiernos conservadores en la época de Cánovas del Castillo. En la actualidad aún existe un candidato al trono y un partido político carlistas. 

X.2.3. EL EJÉRCITO EN LA VIDA POLÍTICA ESPAÑOLA DURANTE EL SIGLO XIX

El papel del ejército español en la vida política ha sido fundamental, no sólo en el siglo XIX sino también en el XX. Ello se debe a una razón fácil de entender: el ejército alcanza un gran prestigio con el éxito obtenido en la Guerra de la Independencia (1808-1814) y en la I Guerra Carlista (1833-1839); se muestra ante la población como una institución fuerte, poderosa, jerarquizada, disciplinada, autoritaria, y además y sobre todo, armada, en contraste con unos grupos o partidos políticos débiles, desorganizados, corruptos, enredados en luchas fraticidas e incapaces muchas veces de imponer el orden en el país. El ejército interviene constantemente en la vida española: en las guerras exteriores, en los conflictos interiores, pone y depone gobiernos, los preside con frecuencia, establece el orden de las calles, actúa como árbitro entre las facciones políticas y realiza pronunciamientos que sirven para derribar o reponer regímenes políticos.

Los militares más destacados en la época de Isabel II fueron Espartero, Narváez y O’Donnell, todos los cuales llegaron a presidir el gobierno. En el Sexenio Revolucionario el papel de los militares fue decisivo tanto en su inicio (un pronunciamiento militar acabó con Isabel II) como en su final (el golpe de estado del general Pavía terminó con la experiencia republicana, y el pronunciamiento militar de Martínez Campos restauró podo después la corona en las sienes de Alfonso XII) y también en su desarrollo, alcanzando un gran protagonismo los generales Serrano (“el general bonito”, según la reina depuesta), Prim y Topete.

En el periodo de la Restauración (1874-1923), la participación de los oficiales en los gobiernos fue menor, pero el ejército se configuró como el mayor de los poderes fácticos, con capacidad de intervenir en el momento en que lo estimase oportuno. Observamos una clara evolución: si en el XIX teníamos un ejército esencialmente liberal (recordemos al coronel Riego), en el XX se muestra como una institución conservadora, cuando no fascista. Sirva como ejemplo el hecho de que las dos dictaduras habidas en el siglo pasado fueron encabezadas por militares: Miguel Primo de Rivera (1923-29) y Francisco Franco, calvillo de España (1939-1975).  

TEMA 4 GEOMETRÍA EN EL ESPACIO

TEMA 4 GEOMETRÍA EN EL ESPACIO.

    1. VECTORES EN EL ESPACIO.

      • Definición de vector en el espacio.

      • Elementos de un vector: Módulo, dirección y sentido.

      • Operaciones con vectores: Suma y resta de vectores, producto de un vector por un escalar.

    1. COMBINACIÓN LINEAL DE VECTORES.

      • Combinación lineal de vectores.

      • Dependencia e independencia lineal de vectores.

      • Base del espacio real. Coordenadas de un vector respecto una base.

    1. COORDENADAS DE UN VECTOR.

      • Sistema de referencia. Sistema de referencia canónico.

      • Coordenadas y módulo de un vector.

                     4. OPERACIONES CON VECTORES EN COORDENADAS.

      • Suma y resta de vectores.

      • Multiplicación de un número por un vector.

      • Suma de un punto y un vector.

    1. APLICACIONES DE LOS VECTORES.

      • Punto medio de un segmento.

      • Puntos alineados.

                      6 ECUACIONES DE LA RECTA EN EL ESPACIO.

      • Ecuación vectorial, paramétrica, continua e implícita.

         

                      7 ECUACIONES DEL PLANO EN EL ESPACIO.

      • Ecuación vectorial, paramétrica y general.

 

                      8 POSICIONES RELATIVAS EN EL ESPACIO.

      • Posiciones relativas de dos rectas.

      • Posiciones relativas de recta y plano.

      • Posiciones relativas de dos planos.

      • Posiciones relativas de tres planos.

Historia 2º BACH. Política europea S.XVI y S:XVII

 LA POLÍTICA EUROPEA EN LOS SIGLOS XVI Y XVII

 (Por Nieves Núñez)  

 

RRCC

Carlos I-V           s. XVI   MONARQUÍA HISPÁNICA. SIGLO DE EXPANSIÓN

Felipe II                               territorial: Se alcanza la hegemonía mundial

   

Felipe III: Tregua

Felipe IV: Guerra de los 30 años, resultado adverso         s. XVII. PÉRDIDA DE LA HEGEMONÍA

Carlos II: Intenta conservar el imperio                                                                                   

Felipe V: Recibe un imperio debilitado.       s. XVIII.      ESPAÑA YA NO SERÁ

                                                                                                 POTENCIA EUROPEA

 

1.  Durante el siglo XVI, con la monarquía Hispánica (RRCC, Carlos I y Felipe II) la política era agresiva y de expansión.

 

   Los Reyes Católicos conquistan:

·         Italia

·         Canarias

·         Ciudades del norte de África

·         Las Indias

 

Mas tarde, Carlos I hereda lo de sus abuelos y añade:

·              Borgoña (herencia de su abuela paterna)

·              Milán (conquista)

·              Flandes (Países Bajos y Flandes) (herencia abuela paterna)

·              Franco Condado (ídem)

·              Imperio (herencia de su abuelo paterno)

·              Los territorios que hereda de los RRCC

 

Carlos I tuvo varios frentes abiertos, sobre todo contra Francia (libró 6 guerras y las ganó), el imperio turco (al que mantiene a raya en el Mediterráneo y en el continente) y el imperio (guerras contra los príncipes luteranos, al final reconocerá la libertad religiosa en el territorio del imperio)

 

Carlos I da en herencia a su hijo todo, excepto el Imperio que se lo cede a su hermano, por tanto Felipe II, en su reinado, cuenta con los territorios de:

·              RRCC

·              Carlos I

·              Portugal

·              Colonias Portuguesas     conquista y herencia por parte de su madre

·              Filipinas

 

Felipe II mantuvo también una política exterior agresiva, venciendo a Francia y a los turcos y logrando la incorporación de Portugal y sus numerosas colonias, pero fracasando con Inglaterra (desastre de la Armada Invencible) y con los holandeses.

 

2. Con Felipe II, la monarquía alcanza su mayor extensión territorial de la historia, esplendor que intenta mantenerse con Felipe III (s. XVII), aunque a través de una política defensiva. No perderá territorios, pero España se retira de los conflictos europeos

        Con Felipe IV se da un cambio radical y se emplea una política agresiva, con consecuencias negativas al participar en la Guerra de los 30 años, que finalmente pierde. Tras la Paz de Westfalia (1648) se pierde Holanda. Veinte años después Portugal se independiza.

Francia sustituye a España como país hegemónico en Europa.

 

     Con Carlos II se pierden varias ciudades de Flandes y el Franco Condado:

 

3.  Y finalmente, en el s XVIII  con Felipe V, se pierden todos los territorios europeos que quedaban (Italia y Flandes), conservando lo que se tenía en tiempos de los Reyes Católicos más Filipinas.

Hª 2º BACH. Tema II.- S.XVIII: La crisis del Antiguo Régimen.

Profesor: Felipe Lorenzana de la Puente.

TEMA II: LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN

 II.1. La Ilustración Y EL REFORMISMO BORBÓNICO

 

II.1.1. La Ilustración española: características y representantes más significativos

La regeneración de  la monarquía requería una profunda renovación política, social, económica y también de los hábitos culturales, de la actividad científica y del pensamiento. Fue una minoría de españoles (escritores, artistas, intelectuales, políticos) los que tomaron las riendas de la renovación cultural en la segunda mitad del siglo XVIII, utilizando dos armas fundamentales para combatir la decadencia española: la crítica y la razón. Se trataba de poner luces donde sólo había sombras, de ahí que se conozca a este siglo como el de la Ilustración. Los protagonistas son bien conocidos: Campomanes, Jovellanos, Goya, Feijoo, Mayans, Ustáriz, Larruga, etc. Se asiste a un florecimiento de la Literatura, la Historia, la Filología, el Derecho, el pensamiento económico y las ciencias (sobre todo la Botánica y la Química). Estamos en la época de creación de las Academias, los jardines botánicos, los museos y de la aparición de los primeros periódicos. Al contrario que en Francia, en España no fue abundante la literatura política; el absolutismo no sólo veía con malos ojos este tipo de escritos, sino que además prohibió la entrada de las obras más destacadas del pensamiento político europeo (Rousseau, Montesquieu…). Ello tuvo como consecuencia la tardía aparición en España del pensamiento liberal.La contribución del Estado a la expansión de las luces se centró en la reforma de la enseñanza. La educación se ofrecía como instrumento para posibilitar el cambio dentro del orden establecido. El panorama era desolador: las mejores escuelas estaban en manos de los jesuitas, y los métodos que se utilizaban en todos los centros eran anticuados. Poco se hizo poco en relación con la primera enseñanza, de la que se ocupaban los ayuntamientos; para la segunda enseñanza se impulsó la creación de centros de estudios, pero todavía estamos muy lejos de una educación pública y universal. La reforma de las universidades y de los colegios mayores se basó en un plan muy ambicioso, pero no llegó a aplicarse en su totalidad por lo de siempre: los costes. Por último, de la enseñanza profesional se ocuparon las Juntas de Comercio, los Consulados y las Sociedades Económicas, que organizaban estudios profesionales concretos: náutica, comercio, idiomas, taquigrafía, química, etc. 

 

II.1.2. El  Despotismo ilustrado y el reformismo borbónico

Llamamos Despotismo Ilustrado al gobierno formado por hombres cultos e instruidos que creen en la necesidad de cambiar para mejorar, pero sin renunciar al absolutismo y al centralismo como formas de gobierno. Estaban convencidos de que trabajaban por la felicidad del pueblo, para sacarlo de las tinieblas de la incultura y la superstición (de ahí lo de ilustrados), pero nunca se les ocurrió preguntarle a ese pueblo su opinión (de ahí de lo despotismo). Su lema: todo para el pueblo, pero sin el pueblo; otro lema: hagamos reformas para que todo continúe igual. Se trataba, pues, de efectuar cambios para mejorar el funcionamiento del país, pero quedando sus estructuras (absolutismo y sociedad estamental) tal y como estaban, rechazando así la vía revolucionaria, a la que temían.

Destacaron los ministros ilustrados de Carlos III y alguno de Carlos IV, aunque no siempre tuvieron la oportunidad de poner en práctica todas sus ideas reformistas: Floridablanca, Campomanes, Jovellanos, Cabarrús…Los objetivos de los gobiernos ilustrados eran hacer más eficaz la administración central y local, impulsar desde el Estado el desarrollo económico, dinamizar la sociedad dentro de los límites del orden estamental, combatir el conservadurismo de los grupos tradicionales (la nobleza y el clero), adaptarse a los cambios antes de que éstos acabasen con el Antiguo Régimen y superar el atraso científico y cultural. El afán por reformar se cortó en seco con la Revolución Francesa de 1789, pues los políticos temían que los cambios que querían introducir podían animar al país a imitar el ejemplo francés, por lo que el reinado de Carlos IV fue más conservador que el de su padre.

La política reformista se centró en los siguientes aspectos:

a- Reformas políticas: el centralismoYa vimos en el tema anterior cómo en el siglo XVIII la monarquía se hizo absoluta y centralista. Se suprimieron los fueros de la Corona de Aragón, se nombraron capitanes generales e intendentes en casi todas las provincias, se ampliaron las funciones de los corregidores y se limitaron los poderes de los ayuntamientos, se crearon nuevas audiencias, desaparecieron las Cortes de todos los reinos y se adoptó una política regalista a fin de limitar la influencia de los eclesiásticos.

b- Reforma de la HaciendaPara sufragar los gastos cada vez más elevados del Estado y poner en marcha los proyectos reformistas era necesario simplificar el sistema fiscal, compuesto de innumerables impuestos, e incrementar la recaudación. Proyectos de reforma fiscal hubo bastantes, pero al final acabaron por recaudarse los mismos impuestos de siempre, eso sí, mejorando su gestión gracias a los numerosos funcionarios despachados por Hacienda a las provincias y actuando contra la corrupción. En Castilla, el proyecto de reforma más destacado fue el de la Única Contribución, que pretendía resumir todos los impuestos en uno solo, pagando cada uno en proporción a su riqueza, pero no llegó a aplicarse por la escasa colaboración que prestaron los ayuntamientos y la resistencia de los poderosos, que temían perder sus privilegios fiscales. En la Corona de Aragón sí se pudo llevar a cabo la reforma, puesto que la supresión de sus fueros dio vía libre al Estado para hacer lo que quisiera. Se aplicaron aquí dos únicos impuestos: el real (gravaba los bienes inmuebles, pagaban todos) y el personal (gravaba el trabajo según el salario y los días trabajados; aquí no pagaban, claro, quienes no daban ni golpe: el clero y la nobleza).

c- Fomento económicoEl siglo XVIII es la época del mercantilismo en Europa, teoría económica que defiende que la riqueza de un país se basa en la cantidad de productos que es capaz de comercializar, lo cual implicaba por necesidad el incremento de la producción. Por parte del Estado se fomentó la mejora y la modernización de la producción de los distintos sectores económicos mediante una serie de medidas y la creación de ciertas instituciones:

1- Fomento de la población en áreas de escasa densidad demográfica.

2- Impulso de una reforma agraria que fuera capaz de extender la superficie cultivable y garantizar un reparto más justo de la propiedad de la tierra. A esto dedicaremos luego más espacio.

3- Creación de empresas estatales de manufacturas que fomentasen el desarrollo industrial.

4- Se mantuvo la Junta General de Comercio y se crearon los Consulados de Comercio, instituciones en las que se citaba la burguesía local, a través de las cuales defendían el libre comercio.

5- Se autorizó la creación en muchas ciudades de las Sociedades Económicas de Amigos del País. Sus miembros pertenecían a la nobleza local, al clero más ilustrado, a la burguesía y a los intelectuales. Formaban un foro de debate sobre las actuaciones que debieran llevarse a cabo para el desarrollo de la economía.

6- A finales del siglo se creó el Banco de San Carlos, antecedente del Banco de España. En principio su misión era la administración de la deuda pública, pero luego pasaría a controlar la emisión de monedas y a convertirse en un instrumento de crédito tanto para los particulares como para el Estado.

 

d- Reformas sociales.No fueron muchas, pero sí importantes. El gobierno intentó reducir el poderío alcanzado por la nobleza y el clero limitando su capacidad para acumular propiedades vinculadas. Se determinó que todos los oficios eran honrados, desapareciendo las prohibiciones de quienes ejercían oficios manuales para disfrutar de cargos públicos y honores. Sin embargo, no hubo cambios importantes en relación a los grupos marginados, como los pobres, los esclavos y los gitanos; para ellos todo continuó igual o peor.

En conclusión, se trataba de aplicar cambios coyunturales o reformas, y no cambios estructurales o revoluciones. Los gobernantes no pretendían modificar las raíces del Antiguo Régimen, sino modernizarlas para hacer un país más eficiente. No obstante, la mayoría de los proyectos reformistas fracasaron o sus efectos fueron muy superficiales. En definitiva, el siglo XVIII apenas cambió a España. La nueva época se abrirá en el siglo siguiente, el XIX, cuando casi toda Europa está metida de lleno en las Revoluciones Burguesas

 

 II.2. EL CRECIMIENTO DEMOGRÁFICO Y ECONÓMICO. LOS GRUPOS SOCIALES.

II.2.1. EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN EN EL SIGLO XVIII.El pensamiento económico imperante en este siglo establecía que la fortaleza de un país se medía por su capacidad productiva y por su número de habitantes. Todos los gobiernos europeos iniciaron una política de fomento de la población, que en España se concretó en el afán por repoblar áreas desertizadas (como Sierra Morena) y fundar nuevas poblaciones en zonas de interés agrario y comercial. El número de habitantes se incrementó en 3 millones a lo largo del siglo, superándose los 10 millones de almas al finalizar el mismo. Ello fue posible por el mantenimiento de unas tasas de natalidad muy elevadas (típico en un país que continuaba siendo eminentemente rural, donde era necesaria la mano de obra) y el descenso de la mortalidad catastrófica (menos epidemias, hambrunas y guerras), de la mortalidad infantil y de la emigración a América. Se inicia así el tránsito del ciclo demográfico antiguo al moderno. El aumento demográfico, no obstante, fue más notable en las zonas periféricas que en Castilla, confirmándose la tendencia iniciada ya en el siglo anterior. 

 

II.2.2. LOS GRUPOS SOCIALES.La política de reformas inició la lenta transformación de la estructura de la sociedad española, que se encaminaba hacia una sociedad de clases, donde el dinero establecía a cada uno en el escalafón correspondiente. La nobleza y el clero siguieron siendo los grupos dominantes, puesto que disponían de la propiedad del bien más preciado, la tierra, pero ahora se sienten amenazados por los cambios y se convierten en defensores a ultranza del orden tradicional. La iglesia se sentía amenazada por el regalismo y la nobleza veía cómo se recortaban poco a poco sus privilegios: apenas quedaba rastro de su antigua exención fiscal, se limitó la erección de nuevos mayorazgos, ya no tenían empleo seguro como funcionarios del Estado, etc… pero fue aún más importante la nueva concepción que la gente tenía de la nobleza: ya no bastaba la posesión de un título (accesible a cualquiera que tuviera dinero), sino que el ser noble había que demostrarlo mediante las virtudes personales, el dinero, el servicio al Estado e incluso el trabajo. Se acabó la época de los nobles pobres y de los nobles ociosos.El campesinado: la mayoría eran jornaleros sin muchos recursos; apenas experimentaron cambios, si bien los que habían podido conseguir algunos ahorros accedieron a algunas de las propiedades municipales y eclesiásticas que se repartieron a finales de siglo. La reforma agraria llevada a cabo por los gobiernos de Carlos III y Carlos IV no introdujo cambios radicales en el régimen de propiedad, aunque sí propició el cultivo de nuevas extensiones, con lo que los puestos de trabajo se incrementaron.Las clases urbanas eran más activas, sobre todo la burguesía, que resurge tímidamente tras la profunda depresión del siglo XVII. Las ciudades con mayor concentración burguesa eran los grandes centros mercantiles de Barcelona, Cádiz (quien sustituyó a Sevilla como puerto con América), Santander, Bilbao o La Coruña, con lo que se completa el cambio de tendencia iniciado en el siglo XVII: el centro del país, Castilla, antaño el área más dinámica, pierde posiciones con respecto a la periferia. En cuanto al artesanado, su profesión se dignifica al reconocerse la honorabilidad de los trabajos manuales y los gremios pierden la fuerza que antes tenían.Los sectores marginados (pobres y gitanos, estos últimos componían la única minoría étnica que quedaba) no gozaron ahora de mayores ventajas que antes, y en lugar de ser integrados en la sociedad mediante políticas de asimilación, se decidió la solución más fácil: la represión. Los gitanos, en especial, no encajaban en la filosofía de los ilustrados, con su nomadismo y sus costumbres diferentes. Diversas normativas reales se encaminaron a prohibir su habla, sus trajes y sus bailes, al tiempo que se les obligaba a fijar su residencia en algún sitio y tener oficio conocido. Se culminaba de esta manera una persecución secular contra el pueblo gitano, que condujo a miles de ellos a las galeras, al destierro y a la marginación social. 

 

II.2.3. AGRICULTURA Y POLÍTICA AGRARIA DE LOS BORBONES

a- La producción agrícolaEl campo seguía ocupando al 80 % de la población activa. Al crecer la población y la necesidad de producir más alimentos, hubo un notable incremento de la producción agrícola, lo que se consiguió gracias a las nuevas roturaciones de terrenos incultos (bosques, pantanos), al descenso de las tierras dedicadas a pastos, a la aplicación de planes de regadío (Canal Imperial de Castilla, Canal de Aragón, huerta murciana), a la política de nuevas poblaciones, etc. El aumento de los precios de los productos del campo y la liberalización de las tasas del grano lograron aumentar las ganancias de los propietarios. Los instrumentos de trabajo y los cultivos no sufrieron grandes cambios, si exceptuamos la generalización de los mulos como animales de tiro, en vez de los bueyes, la lenta expansión de la patata y el maíz, y la política gubernamental encaminada a aumentar la extensión de los cultivos industriales. No obstante, las crisis de subsistencias no desaparecieron. El llamado Motín de Esquilache de 1766, el más grave de todos los ocurridos hasta entonces, convenció a las autoridades de que la única forma de terminar con el desabastecimiento era impulsar una reforma agraria.

b- La propiedad de la tierra en el Antiguo RégimenLa propiedad de la tierra estaba en manos de los de siempre: la nobleza, el clero, los municipios y la llamada burguesía agraria, es decir, los nuevos propietarios que habían invertido en la adquisición de tierras el dinero obtenido en otras actividades. La mayor parte de las propiedades eran amortizadas o vinculadas, esto es, no podían venderse ni dividirse, aunque sí arrendarlas o imponer créditos sobre ellas. Estas tierras estaban generalmente mal cultivadas porque sus dueños sólo se preocupaban de obtener los alquileres y poco hacían por mejorar los rendimientos. Las tierras de la nobleza eran los mayorazgos, que se transmitían de generación en generación; las de la iglesia procedían de donaciones y se conocían como la mano muerta; por su parte, los municipios eran los mayores propietarios del país: sus tierras podían ser de propios (las que se alquilan), comunes (las que se reparten entre los vecinos) y egidos (tierras improductivas o que no podían cultivarse: montes, dehesas, etc.). Frente a ellos se situaba una mayoría de trabajadores que laboraban las tierras en calidad de arrendatarios (quienes pagaban una renta por la cesión de una propiedad, que podía ser de por vida e incluso por varias generaciones, lo que se conocía como enfiteusis) o jornaleros (trabajaban a cambio de un jornal). Sus condiciones de vida eran muy precarias, sobre todo las de los jornaleros, quienes sólo trabajaban una parte del año.Buena parte de las propiedades no se cultivaban, sino que se dedicaban a pasto, puesto que la cabaña ganadera, sobre todo la ovina, era abundante. Además, la Mesta, la organización de ganaderos trashumantes, conservaba sus viejos privilegios que impedían, por ejemplo, que dichas tierras pudiera dedicarse al cultivo. Extremadura fue la provincia española más afectada, puesto que era el destino preferido de los trashumantes y sus mejores tierras, que podían haberse cultivado y abastecer a una población muy necesitada, estaban destinadas forzosamente a pasto.

c- Los intentos de una reforma agrariaEl panorama, pues, era desolador: la agricultura no rendía lo suficiente por culpa del sistema de propiedad de la tierra, la producción apenas daba para cubrir las necesidades de una población creciente, los campesinos no eran propietarios de las tierras que trabajaban, muchas propiedades no podían cultivarse por estar destinadas a monte o a pasto y algunas provincias como Extremadura estaban, por culpa de todo ello, en la miseria. Se hacía necesaria una reforma agraria, y en ella se aplicaron políticos como Campomanes, Floridablanca, Jovellanos y el abogado extremeño Vicente Paíno y Hurtado, quienes participaron en la elaboración de una ley de reforma agraria entre cuyas disposiciones más importantes se hallaron las siguientes:

1-             Nuevas leyes que limitaban la creación de mayorazgos.

2-             Limitación a la acumulación de tierras por la Iglesia y desamortización de algunas sus propiedades (de las cofradías, hermandades y ermitas).

3-             Reparto de las tierras incultas de los municipios entre quienes pudieran ponerlas en explotación.

4-              Se recortan algunos privilegios de la Mesta, por lo que muchos terrenos dedicados a pasto pasaron a ser roturados para su aprovechamiento agrícola. Estas medidas fueron muy tardías y tuvieron un alcance limitado, por lo que la situación del campo cambió poco y el problema lo heredaron los gobiernos liberales del siglo XIX, quienes llevarán a cabo una desamortización completa. 

 

II.2.4. OTRAS ACTIVIDADES ECONÓMICAS

a- La industria: la mayor demanda de productos manufactura­dos (más población, más dinero, más mercado con América) halló las clásicas limitaciones estructurales (falta de inversión, de tecnología, de mano de obra especializada, exportación de materias primas) que impedían un desarrollo decidido de la industria, lo que impidió a España sumarse a la Primera Revolución Industrial que se estaba gestando en Inglaterra en la segunda mitad del siglo. Aun así, hubo algunos progresos debido al interés del Estado: impulso de los talleres artesanos en el campo, creación de importantes industrias con capital estatal (Manufacturas Reales, precedentes de las empresas públicas), promulgación de leyes que dejaban de considerar como viles los oficios manuales y una política proteccionista que limitaba las importaciones de productos extranjeros. Se favoreció la inmigración de mano de obra europea especializada en las labores industriales. Los sectores que alcanzaron mayor desarrollo fueron el textil y el metalúrgico, y las áreas más beneficiadas Cataluña y el País Vasco; las nuevas industrias, además, escapaban del control de los gremios, lo que las hacía más competitivas.

b- El comercio: contó también con el apoyo del gobierno y de las nuevas instituciones de fomento (Juntas de Comercio, Consulados, Compañías de Comercio). El sector exterior fue el principal beneficiado: aunque nuestra balanza comercial con Europa era negativa, ello se compensaba con el auge adquirido por el comercio colonial con América, abierto al fin a todos los puertos gracias a los Decretos de Libre Comercio. Se produjo, así, un notable incremento de los intercambios mercantiles, lo que generó grandes capitales que luego se invertían en la adquisición de tierras (Andalucía) o en la creación de industrias (Cataluña). El comercio interior creció poco por el penoso estado en que se hallaban las comunicaciones y por la escasa demanda de la población rural. Algunas mejoras se llevan a cabo con la ampliación de las vías de comunicación (se establece la disposición radial de los caminos reales, que parten de la Puerta del Sol de Madrid) y la supresión de muchas aduanas interiores. 

 

II.3. EXTREMADURA EN EL SIGLO XVIII. ASPECTOS ECONÓMICOS, DEMOGRÁFICOS Y SOCIALES. 

La población extremeña no creció tanto como la española, no superaba el medio millón de habitantes y la densidad demográfica se situaba en torno a los 10 habitantes por kilómetro cuadrado, de las más bajas de Europa. La comarca de Plasencia y las vegas del Guadiana eran las áreas más pobladas. La única ciudad que superó los 10.000 habitantes fue Badajoz. El crecimiento vegetativo era escaso, pues aunque la natalidad era muy elevada, también lo era la mortalidad, debido a las altas tasas de mortalidad infantil, a las epidemias y a las frecuentes hambrunas.Extremadura era una provincia eminentemente rural donde las condiciones de vida eran bastante precarias. El desigual reparto de la tierra explica las fuertes desigualdades sociales, por una parte la nobleza y otros propietarios, ricamente instalados en la percepción de las rentas, y por otra parte una masa de trabajadores sin tierras (el 75% del total) que trabajaban a jornal en las propiedades de aquellos o en las parcelas que les repartían los ayuntamientos.

Aún más importante que la agricultura era la ganadería, dada la abundancia de pastos, pero su aprovechamiento lo controlaban los trashumantes de Castilla, quienes disponían a su antojo de extensísimas propiedades. La Mesta, la organización que agrupaba a los ganaderos trashumantes, era el principal obstáculo al desarrollo de la provincia: sus ovejitas de los cojones tenían paso preferente por las cañadas, cordeles y veredas, pisoteaban los campos, los propietarios no podían cercarlos ni roturar los pastizales, el precio de estos pastizales los fijaba el rey y no podían cultivarse. Por si fuera poco, los jueces que veían los muchos conflictos que provocaban los trashumantes pertenecían a la propia Mesta.

La escasa relevancia de las ciudades explica la insignificancia de los artesanos y de los burgueses, de hecho el grupo social más numeroso en los núcleos urbanos eran también los agricultores, junto a los criados. Tan sólo en localidades como Trujillo, Cáceres y Zafra se percibía cierto movimiento mercantil gracias a sus ferias anuales. La amplia frontera con Portugal, por su parte, debido a las malas relaciones con nuestros vecinos, era más una fuente de desgracias que de riqueza comercial.El problema principal era, pues, la escasa diversificación económica (predominio agrario) y las dificultades que hallaba el desarrollo de la agricultura (la actividad que podía proporcionar empleo y alimentos) por culpa de la abundancia de tierras vinculadas a nobles y los municipios. Éstos, controlados y corrompidos por la misma nobleza, se resistían a desprenderse de sus terrenos incultos para que pudieran ser cultivados, al tiempo que los mesteños se empeñaban en conservar sus privilegios, en perjuicio de la agricultura.La provincia, sin embargo, intentó que esta situación cambiase. En 1764, las ciudades con voto en Cortes contrataron al abogado de Badajoz D. Vicente Paíno y Hurtado para que demandase a la Mesta ante los tribunales reales. En apoyo de Extremadura salieron el Consejo de Castilla y la Diputación del Reino. El pleito se inició y a él se sumaron casi todas las poblaciones extremeñas, lo que constituye, sin duda, el origen del sentimiento regional. No obstante, Carlos III no quiso que la provincia ganase el litigio (lo que hubiera supuesto la desaparición de la Mesta) y obligó a las dos partes enfrentadas a llegar a una concordia. Gracias a esta concordia, y las leyes que fue decretando el Consejo de Castilla, se consiguió que la Mesta perdiese bastantes privilegios, que todas las tierras fueran declaradas a pasto y labor y que los ayuntamientos fueran obligados a desprenderse de parte de sus terrenos incultos para ser repartidos entre los campesinos que pudieran ponerlos en cultivo. La creación de la Real Audiencia de Extremadura en 1791 ayudó a que se cumpliesen estas nuevas leyes favorables a la agricultura.El resultado del pleito no sirvió para cambiar de raíz la situación del campo extremeño, pero sí constituyó un precedente importante para la aplicación de una reforma agraria más profunda en la siguiente centuria.